«La Verdadera Vida en Dios es el Amor.
De a poco, esta vida verdadera fue adueñándose de mí, a través de los mensajes del Señor y llegó inesperadamente, como llegan a veces las cosas del Señor, porque todavía no sé quién me envió un mail invitándome a una charla que una señora llamada Vassula Rydén iba a dar en Buenos Aires, allá por el año 2003.
No pude asistir a esa charla, porque tenía que viajar a Portugal, pero sí me aseguré de que mi marido fuera y me contara. Así fue. Y así llegaron los libros con los Mensajes, y así también empezamos a reunirnos en grupos de oración que compartían esta espiritualidad trinitaria.
Ahora puedo decir que esos hermanos con los que me reunía a rezar son hoy mi familia. Y con ellos me he consagrado a María, con lo que somos más hermanos, todavía.
Mi vida espiritual se ha enriquecido, ha crecido y madurado con las palabras que el Señor nos dirige a través de Vassula, y que debemos tomar como dichas para cada uno de nosotros, porque amorosamente así nos lo pide Él. Se trata para mí de una charla directa con Jesús, que me invita con paciencia y dulzura a convertirme en un “nosotros”, verdadero cortejo, que me fue conquistando.
Mi mayor sorpresa fue descubrir en este diálogo lo que Jesús nos ama, cosa que siempre escuché, pero que no tenía idea de cuánto, de lo mucho, del grado extremo de ese amor. Podría pensarse que si dio su vida por nosotros debía ser inmenso. Eso pensaba yo, pero mi idea acabada la tuve al leer estos mensajes, cuando Vassula describía sus gestos, su mirada, su voz, al pronunciar las palabas más amorosas que jamás haya escuchado. Así me convencí y me dije a mí misma: Jesús me ama hasta la locura.
Tal descubrimiento hizo que me sumergiera cada vez más y me sintiera cada vez más atrapada por este Himno de Amor y descubriera, de golpe, que tenía más hermanos de los que creía: “católicos, ortodoxos, protestantes, todos sois hijos míos”.
Fue una sorpresa grandísima saber esto, y enterarme de que era un escándalo y pecado gravísimo que estuviéramos separados, que estábamos respirando con un solo pulmón, que la Casa de Oriente y de Occidente debían respirar juntas, que debíamos unirnos, que todos teníamos que estar dispuestos a ceder, que debíamos trabajar mucho para esto, amén de vivir los mensajes, que debíamos orar constantemente para conseguir la Unidad…Y nuevamente, el amor ilimitado del Señor: la promesa de que si conseguimos unificar las fechas de Pascua, Él hará el resto.
Mi vida, ahora, se ha hecho de esperanza, porque vivo esperando este milagro, que veo cada vez más cerca, sabiendo que el Señor hará su voluntad.
Mientras tanto, mis labios y mi corazón aprenden a alabarlo, a glorificarlo, a ofrecerle mi nada a Él, expresando cada vez palabras más sublimes, que endulzan y alivian los sufrimientos del Señor, mientras trato de abandonarme totalmente a su querer.
Es un camino muy difícil porque son muchas las dificultades, las pruebas repetidas que me extenúan, sobre todo cuando pretendo hacer las cosas por mí misma, olvidándome del “nosotros”, de que sola es imposible dar un paso, y de que nunca seré útil para restaurar Su Santuario, si no soy una con mis hermanos, porque en esto se funda Su Iglesia.»
Beatriz D., Buenos Aires, – 25 de junio de 2014 (35)