«Hace ya más de 8 años, nació un deseo en mi, sacar los niños de las calles, darles un lugar, contenerlos, aún hoy lo busco, aquí en Carrodilla, un lugar dónde crear talleres de trabajo y enseñarles a defenderse con sus capacidades, consulté con la gente para que me ayudaran a alquilar ese lugar, todos me miraban y por sus propios testimonios pensaban que me había vuelto loca.
En ese momento, no se dió lo de alquilar un lugar, el trabajo de mi esposo, con esfuerzo, solo alcanzaba para mantener la familia, compuesta de cuatro hijos, tres que iban a la facultad y un bebé – Gabriela, Enrique, Noelia y Nicolás.
Comencé a trabajar en casa haciendo viandas, ví la posibilidad de darles algo de comer, pero eso no me dejaba en paz, estaba muy inquieta, durante la noche aparecían en mi mente el rostro de esos niños… Hasta que algo trágico me hizo reaccionar, la muerte de uno de esos chiquitos cruzando la ruta para pedir comida, me cuestioné mi falta de valor para luchar por ese lugar. Movida por ese dolor, decidí, después de largas oraciones y pedir colaboración de vecinos y amigas, que mi casa sería la de ellos para que vinieran a bañarse y comer en nuestra mesa familiar. Algunos de ellos tenían su cuerpito seriamente afectados por sarna, pediculosis y otras enfermedades, sus piecitos lastimados por andar descalzos o con calzados demasiado chicos. En las medida que los bañaba, veía sus miradas, aunque sorprendidos llenos de alegría uno de ellos dijo: “ahora no se van a burlar más de mi en la escuela”. Fueron inmediatamente a mostrar su hermosura, esa que les da la inocencia, a sus amiguitos igualmente afectados por el hambre y la falta de atención.
Así comenzaron a llegar más y mas niños provenientes de villas y asentamientos que no tenían lo elemental: “agua” , ellos pedían la misma atención: un baño y un plato de comida. Se me ocurrió preguntarle a una de las primeras niñas porqué seguía invitando a sus amiguitos, ella me dijo: “por que quiero que se sanen y se vean tan lindos como yo”. Fue una respuesta que me dio el significado de “solidaridad”; un significado distinto, haber recibido un bien y desear compartirlo con alguien que sufre la misma necesidad. Estos niños me enseñaron la lección más grande de mi vida, la de “Amar al prójimo como a ti mismo”. Con los niños, empezaron llegar de parte de ustedes arroz, leche, azúcar, ropa, etc.
En nombre de cada niño, anciano y madre de este comedor cuyo nombre también es “Inmensa Esperanza”, les estamos muy agradecidos a los que colaboran diariamente ayudando a cocinar, a bañar niños, a los que como vos dan alimentos, ropas, a los que se ofrecen para servir el plato con amor, a los que anónimamente dejan su corazón y algo más.
Y a vos Padre Dios que te pasaste cuando nos dices que hagamos como niños para entrar al el reino de los cielos. Quiero decirte que te amamos por tu providente amor, tu pueblo está respondiendo, bendícelo con tu providencia como has bendecido a este comedor “Inmensa Esperanza”. Simplemente Gracias!!
Les deseo mi Paz.
Juana H. Chaves»
Mendoza, junio de 2006