por Ana Beltram

Encuentro 16, 29 de marzo de 2025 – CICLO EL APOCALIPSIS A LA LUZ DE LA VERDADERA VIDA EN DIOS
https://vvedargentina.org/2025/03/21/la-meditacion-del-apocalipsis-un-encuentro-espiritual/
Queridos hermanos: ¡Buenas tardes! Gracias por participar de este nuevo encuentro. Queremos recordarles que nuestra intención es detenernos en algunos puntos del capítulo 20 del libro del Apocalipsis para brindar elementos para una reflexión personal con el objetivo de profundizar nuestra relación con el Señor y sus enseñanzas.
Reflexionaremos acerca de los versículos:
2 y se apoderó del dragón, la serpiente antigua, que es el Diablo y Satanás, y lo encadenó por mil años,
3 y lo arrojó al abismo que cerró y sobre el cual puso sello para que no sedujese más a las naciones, hasta que se hubiesen cumplido los mil años…
5 esta es la primera resurrección.
6 bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección…serán sacerdotes de Dios y de Cristo, con el cual reinarán los mil años.
Para que el Diablo sea encadenado por mil años, el mundo, cada alma debe experimentar el Segundo Pentecostés.
San Juan en 16, 8 – 9, habla de la venida del Espíritu Santo, quién convencerá al mundo de su pecado: y cuando Él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, y en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no creen en Mí.”
El efecto de esta Segunda Venida de iluminación del Espíritu Santo es un agudo sufrimiento interior: un castigo espiritual para purificarnos. En el mensaje del 15 de septiembre de 1991 Jesús nos dice:
¡Pronto pasaré a través de tu Ciudad!4
¡Y será más pronto de lo que piensas! Éstas serán Mis últimas advertencias. Solemnemente te digo:
¡Despierta de tu profundo sueño!
Te estás dirigiendo a tu ruina.
Sacúdete el polvo que te cubre
y levántate de entre los muertos.
El Fin de los Tiempos5
está más cerca de lo que piensas.
Pronto, muy pronto, abriré de repente Mi Santuario del Cielo y allí, levantado el velo de tus ojos, percibirás, como una secreta revelación, ……..El Arca de la Alianza.
Entonces un Aliento resbalará por tu cara, y los Poderes del Cielo temblarán. Los relámpagos darán paso al retumbar de los truenos. “De pronto caerá sobre ti un tiempo de gran angustia, sin precedente desde que empezaron a existir las naciones”6. Porque Yo permitiré que tu alma perciba todos los acontecimientos de tu vida. Los desplegaré uno tras otro. Ante la gran consternación de tu alma, te darás cuenta de cuánta sangre inocente derramaron tus pecados, sangre de almas víctimas. Yo haré entonces que tu alma tome conciencia y vea que no has seguido nunca Mi Ley. Como un pergamino desenrollado, abriré El Arca de La Alianza y te haré consciente de tu desacato a la ley….
Aturdido por tu despertar, tus ojos se quedarán clavados en los Míos, que serán como dos Llamas de Fuego7. Tu corazón, entonces, recordará sus pecados y el remordimiento se apoderará de él. Con gran aflicción y angustia, sufrirás tu desacato a la ley, dándote cuenta de cómo profanabas constantemente Mi Santo Nombre y cómo Me rechazabas a Mí, tu Padre… Preso de pánico, temblarás y te estremecerás cuando te veas a ti mismo como un cadáver en descomposición, devastado por gusanos y por buitres…..Cuando llegue ese Día, las escamas de tus ojos caerán para que puedas percibir lo desnudo que estás y cómo, en tu interior, no eres más que una tierra árida… Infeliz criatura, tu rebelión y tu rechazo de La Santísima Trinidad te convirtieron en un renegado y un perseguidor de Mi Palabra. Tus lamentos y tus gemidos sólo los escucharás tú, entonces. Yo te digo: te lamentarás y llorarás, pero tus lamentos serán sólo escuchados por tus propios oídos.
Compartimos a continuación las reflexiones de la hermana Anne Woods en su libro INVITACIÓN A SER UNO CON CRISTO en relación a este mensaje y al capítulo 20 del Apocalipsis.
La ciudad es el alma. San Pablo nos recuerda en1 Co. 6,19 que cada uno de nosotros es un templo del Espíritu Santo. El Divino Santo va a pasar a través de nuestras ciudades con el fin de iluminar nuestra conciencia y llevarnos al arrepentimiento.
Esta llamada al arrepentimiento es conocida como” el Aviso”. Arrepentirse de los pecados es despertarse de un sueño profundo; despertar del pecado mortal es resucitar de entre los muertos, es decir, del pecado de la muerte del alma. Tal pecado requiere una larga advertencia, por lo tanto, esta es posiblemente la razón por la que los Mensajes de La Verdadera Vida en Dios han continuado durante tantos años.
Ese aliento que resbalará por nuestra cara es el soplo del Dios mismo, El Espíritu Santo. Él nos llama para que nos llenemos de dolor por el pecado y de arrepentimiento ante la presencia de Yahveh.
El mensaje en sí mismo nos prepara para ese gran Día. El Dios Trino no tiene intención de atraparnos desprevenidos, sino que con su amable cortesía envía a sus Ángeles-los profetas para despertarnos. Él llega en silencio llamando a las puertas de nuestro corazón, con la dulzura de una invitación al arrepentimiento, para que estemos listos para ese Gran Día: Un Día de terror absoluto para los que no estén preparados. Sobre los desprevenidos caerá un temor proporcionado a su pecado: por eso es que se mencionan el temblor los truenos y los relámpagos, indicando que lo que va a suceder, aun siendo absolutamente íntimo y silencioso, será lo más traumático que hayamos experimentado en la vida.
La mayor angustia será ese dolor por el reconocimiento de nuestros pecados. Es una visión espiritual de una realidad espiritual, en la que nuestro verdadero yo es desvelado. La negación de nuestros pecados crea, psicológicamente, una falta de aceptación de nuestro “yo”. El propósito que Dios tiene para quitar el velo de nuestros pecados es que luego de nuestro arrepentimiento Él pueda desposarnos consigo. Solo la gracia de Dios puede revelarnos la medida completa de nuestros pecados. Esta gracia en un solo instante disolverá nuestro ego. A menudo llevamos una identidad ficticia, y nos ponemos furiosos y frustrados con cualquier persona o cosa que amenace levantar un mínimo trozo de nuestra máscara, que revelaría a los demás los oscuros espacios vacíos que hay debajo. Cuando el Espíritu Santo nos revele nuestros pecados, nos causará una angustia sin igual, tanto espiritual como psicológicamente. Sus frutos serán el dolor de una sincera y profunda contrición, que surgirá porque estaremos verdaderamente arrepentidos del dolor que hemos causado a Jesús (y en muchos casos a nuestros hermanos) por nuestros pecados y no por el temor al infierno. Una sensación perdurable de dolor permanecerá en el alma después de tal experiencia y actuará como un silencioso campo magnético para alejarnos del pecado.
Con su infinita delicadeza, El Espíritu Santo nos prepara para Su descenso, instándonos al arrepentimiento y a la verdadera santidad de vida para que su gran teofanía en nosotros sea menos dolorosa de soportar. La confesión frecuente y sincera aumenta la presencia del Espíritu Santo en nuestra alma. Entonces Él puede ir liberando suavemente en nosotros aún más conocimiento sobre nuestra impureza, haciéndonos conscientes de nuestro estado.
Al arrepentirnos y empezar a ejercer la virtud encontramos oposición y dolor. Debemos recordar que estamos llamados a la santidad no a la popularidad. Si queremos ser divinizados, tenemos que conocer, admitir y arrepentirnos de todos nuestros pecados. Esto comprende todos los pecados mortales y todos los pecados veniales que también deben ser lavados. Es decir, las pequeñas faltas a las que estamos habituados, como los chismes; la irreverencia de hablar en la iglesia; ciertas complacencias en comida o televisión, que exceden nuestra necesidad de alimento o de recreación; la susceptibilidad a cualquier cosa que hiera nuestra reputación o nombre; la transgresión a reglas como el exceso de velocidad en los coches, que potencialmente podrían matar o mutilar; la evasión de impuestos, reteniendo dinero que debería llegar a los menos afortunados. Todas estas cosas impiden la divinización porque representan un apego a hacer nuestra voluntad antes que la voluntad de Dios.
Todo desvío de la Santa Voluntad de Dios, aún en cosas pequeñas si estamos habituados (es decir, cuando no tenemos intención de detener esas imperfecciones o pecados veniales), representa un verdadero mal, que en general no comprendemos en su plena realidad espiritual. Si experimentáramos una confrontación con la realidad espiritual de un solo pecado, quedaríamos horrorizados al máximo, porque ninguna cosa terrenal nos podría provocar tanta repulsión y dolor.
Vemos entonces que el arrepentimiento no es solo por los pecados graves, sino también por todos esos pequeños pecados veniales a los que tenemos un apego sin ninguna intención de abandonarlos. Sin arrepentimiento y sin esfuerzo por detenerlos, no podemos entrar en el estado de Matrimonio Místico que nos diviniza y para el cual fuimos creados.
El mensaje nos dice que los Ojos de Cristo serán como dos Llamas de Fuego. Esto indica al Espíritu Santo. La mirada de Cristo es penetrante: la Luz íntegra y pura del Espíritu Santo penetra hasta cada rincón oculto, desvelando todo. Dios mismo escaneará nuestra alma y sostendrá el impreso ante nuestros ojos. Rodeados y traspasados por la verdad divina, solo seremos capaces de articular: “Es verdad.”
Sor Anne Woods continua diciendo….
La gente dice que solo hay una cosa segura en la vida: la muerte. Pero hay otra cosa que es absolutamente segura: sin arrepentimiento, nunca seremos divinizados. Hemos sido creados para alcanzar la Unión plena con Dios y la santidad, por eso, no puede haber mayor tragedia que una vida en la cual haya poco o ningún arrepentimiento. Tal vida yerra totalmente en la razón misma por la que fuimos creados y la finalidad de nuestra existencia eterna.
El Espíritu Santo es el fuego que devuelve la vida y la libertad al pecador. No debemos esperar hasta el Segundo Pentecostés para comenzar a arrepentirnos, sino que constante y sinceramente, cada día debemos invocar al Espíritu Santo para que nos ilumine sobre nuestros pecados, para que podamos arrepentirnos y estar listos para ese Día.
Sí desarrollamos una actitud de aceptar de los hombres la verdad sobre nosotros mismos, estaremos más dispuestos a aceptar de Dios verdades aún más pesadas acerca de nuestros pecados. Debemos dar gracias a Dios cada vez que un Ángel del Espíritu Santo nos revela algún pecado, incluso si lo hace a través de las deficiencias de otros con quienes ejercemos la paciencia.
Si la acusación contra nosotros es cierta y lo sabemos, no nos enojará, sino que diremos: “Sí, lo soy”. Pero si negamos nuestro pecado a nosotros mismos, se manifestará nuestro enojo: “No, ¡no lo soy!”. Si nos parece que la acusación no es cierta, no nos enojaremos en absoluto, pero tendremos cuidado en el futuro para ver si puede ser verdad.
Hasta que no seamos capaces de aceptar de un prójimo la verdad sobre nuestra condición pecadora, sin el más mínimo desagrado en nuestra mente, no podríamos aceptar la del Espíritu Santo sin un dolor proporcional a nuestra negación.
Veremos, por la luz del Espíritu, lo desnudos que estamos, como dice este mensaje de la Verdadera Vida en Dios y como dentro de nosotros no somos más que una tierra árida. Las aguas vivientes que deberían estar fluyendo de nuestro pecho no están allí, ni para regarnos a nosotros mismos ni a los demás. Solo está el agua de la sabiduría humana, en lugar de la Divina, y la razón humana en lugar de la Fe Divina; la misericordia humana, no santa, que justifica al pecador, en lugar de la Divina Misericordia, que lo corrige por su Beatitud Eterna. Estos son los pecados del intelecto racional, que nos hacen cadáveres en el desierto de la sequía interior.
El dolor de los pecados es un asunto interior muy personal. Los pecados de cada uno serán mostrados solamente ante los ojos del que los cometió. Solo su propio corazón estará lleno de horror y aflicción. Solo su mente se horrorizará al comprender el mal que lleva dentro de sí. Solo su propio espíritu llorará de dolor en lo más profundo de su contrición. El dolor del desconsuelo por haber ofendido a tan Infinito Amor. Nuestra congoja no conocerá límites.
Este terror, espanto y desconsuelo es un hondísimo dolor que abrasa el alma, pero debido a que la dulce gracia del arrepentimiento está contenida en esta visión de la verdad, nos convierte y nos sostiene, volviéndonos un dulce penar lleno de un amor intenso hacia Dios. Madura e inmediatamente, haciéndose pura contrición, y después de la confesión sacramental, se desarrolla en una especie de sufrimiento profundo, constante, lleno de primavera; una tristeza llena de felicidad, que permanece dentro y establece un silencioso campo magnético que nos aleja de caer otra vez en el pecado. Cuando la aflicción es el resultado de la experiencia de un Segundo Pentecostés, nos volvemos plenamente conscientes de un sentimiento perdurable, en lugar de nuestra habitual experiencia de no ser conscientes del dolor, poco después de habernos arrepentido. Es decir, vemos que el segundo Pentecostés origina en nosotros una “conciencia” perdurable del dolor, junto con esa fuerza magnética misteriosa que nos aleja del pecado.
Esto difiere de la experiencia del dolor temporal por un pecado y la paz resultante que ocurre después de la Confesión sacramental. Una semana más tarde, rara vez sentimos “el dolor consciente” que teníamos por nuestro pecado en el momento del arrepentimiento. El sentimiento de dolor no perdura, sino que simplemente ha sido de nuestra conciencia. Tampoco sentimos en forma consciente el” magnético” rechazo del pecado, aunque podemos experimentar un aumento de fortaleza para resistirlo. Por lo general, un mes después de confesar el pecado, el dolor por él se olvida. Tan frágil es nuestro dolor que el pecado puede incluso ser olvidado la próxima vez que confesamos nuestros otros pecados. En realidad, tenemos muchos pecados que escondemos de nosotros mismos. Pero cuando la tristeza permanece, significa que está siempre allí, continuamente, no como un profundo dolor emocional, sino como conciencia de la verdad sobre nuestra condición de pecadores. Nos sentimos dolidos por el daño que le causamos a Cristo, que sufrió por nuestro pecado. Es tan intenso que permanece en nuestra conciencia en todo momento.
Y aunque ese dolor permanezca siempre en nosotros, los pecados confesados sacramentalmente no necesitan ser confesados de nuevo, solo porque el dolor persista. Más bien, tal pesadumbre que puede quedarnos después de la confesión sacramental es permitida por Dios para que le ofrezcamos, en gratitud por su perdón hacia nosotros, una alabanza de Acción de Gracias. También perdonaremos más fácilmente a los demás y acrecentará nuestra humildad y no juzgaremos.
Debido a que el Espíritu Santo revelará todos nuestros pecados, aún los más ocultos en el segundo Pentecostés, nuestra contrición será perfecta porque nuestro arrepentimiento surgirá directamente del amor a Cristo y de la tristeza por el dolor que le hemos causado.
La Hna Woods continúa diciendo…
Con el arrepentimiento viene el anhelo por la gracia Sacramental.
Si bien podemos decir que nos arrepentimos de nuestros pecados y que vamos con frecuencia a la Confesión, seguimos siempre encontrando que hay más defectos por vencer. Es que si nos arrepentimos con sinceridad, obtenemos gracia para ver más profundamente el estado de nuestra alma.
Por lo general, la resolución firme de no cometer ni un solo pecado venial deliberado nunca más es un proceso de por vida. Porque con el Segundo Pentecostés, cuando el Señor venga, todas nuestras faltas ocultas y pecados veniales deliberados se destacarán claramente ante nosotros. Se verán los pecados de omisión, que son las obras buenas que no hicimos, porque al no desear la santidad absoluta, permitimos que el pecado nos impidiese llegar a ese bien que Dios deseaba que poseyéramos y que usáramos para los demás.
En el cielo no hay ningún bien que no se comparta voluntariamente con los demás, por eso, en la tierra debemos hacer lo mismo, puesto que divinización significa hacer la Voluntad de Dios en la tierra como se hace en el cielo.
Debemos cultivar y desarrollar, en forma urgente, un hábito de compunción y una sincera determinación de no volver al pecado. También el acto de arrepentimiento y el propósito de enmienda debería ser sincero y habitual también fuera del confesionario, con una oración memorizada o con nuestras propias palabras en cualquier momento y especialmente por la noche, cuando examinamos nuestra conciencia, junto con nuestras oraciones de la noche. Si hacemos esto, estaremos preparados para el Segundo Pentecostés.
Esta experiencia de la Gracia de un dolor perdurable es una ayuda gratuita e inesperada para atraernos a un rápido ascenso hasta Dios, como se describe en los mensajes de la Verdadera Vida en Dios: es decir, llegar a la divinización.
Se puede demostrar, en muchos Santos que murieron entre los 24 y los 33 años, en estado de heroica santidad, que en sus vidas hubo correspondencia con momentos de arrepentimiento llenos de Gracia, que los hicieron “volar” a la santidad en muy poco tiempo. Con una firme resolución de no volver a pecar más, nuestro Dios puede darnos la gracia de vivir sin pecado formal, para que Él pueda unirse a nosotros en Matrimonio Místico para siempre.
La gracia puede ser otorgada, pero todavía tiene que desarrollarse mediante el ejercicio de la virtud.
El Segundo Pentecostés no produce un efecto de “varita mágica”, convirtiendo al alma en Santa instantáneamente, pero sí otorga esa gracia de contrición muy honda, con la que comienza el rápido vuelo a la plenitud del Matrimonio Místico y la divinización.(Sor Anne Woods constata que aquellos que ayunan a pan y agua cada semana hacen este rápido progreso en la vida espiritual, posiblemente debido la decisión de contrarrestar los efectos de la “maldición” del pecado con ayuno, como en Levítico 26,19).
Anne Woods nos dice que ….El arrepentimiento implica no pecar más. Ser conscientes del “Nosotros”
Para que el arrepentimiento sea verdadero, necesitamos hacer dos cosas: confesar el pecado, y tomar la decisión de no cometerlo nunca más, ni ese pecado ni ningún otro. Esto último es especialmente importante. La decisión de no pecar más es una gracia que debemos pedir diariamente. Es una actitud que brota del íntimo convencimiento de que Cristo nos ama tanto, que no podemos soportar herirlo más.
Es necesario reservar un tiempo, cada día, para hacer un examen de conciencia, un acto de contrición, y un firme propósito de enmienda. Sin esta decisión, especialmente considerando las áreas débiles de nuestra vida, nos iremos deteniendo poco a poco. Esta es la razón por la cual algunas personas nunca progresan más allá de hacer un mínimo. Los realmente Santos tendrán sed de la Santa Comunión y de la gracia de la Santa Confesión, porque su apreciación sobre la pecaminosidad y los defectos se irá incrementando a medida que la Luz de Dios se incrementa en su alma. Verán por esa luz una verdadera enormidad de pecados que la mayoría de la gente ni siquiera considera pecados, sino que los ve como pequeñas faltas mezquinas sin importancia.
El mal, visto a la luz directa de Dios, es lo más horrendo que existe, pero porque vivimos por fe, es fácil para nosotros racionalizar la realidad espiritual del mal, minimizándola. Una teofanía personal, una experiencia mística de nuestros pecados en su dimensión funesta nos será dada en el Segundo Pentecostés, mediante la luz directa de Dios, lo cual será una experiencia única en la vida.
Como vemos, sin un diario examen de conciencia y una contrición diaria, la llama de la fe podrá seguir ardiendo sin cesar, pero en forma de un débil parpadeo, lo vemos en gente que va diariamente a Misa y a la Santa Comunión y nunca mejora en virtud ni llega a la semejanza con Cristo. Del mismo modo, vemos esa debilidad en aquellos que se escandalizan por lo que un sacerdote o religioso hace o dice y abandonan la fe. Es un pecado escandalizar a los débiles, pero los débiles no están exentos del pecado de omisión si son tan débiles que optan por dejar la Fe por cualquier hecho externo.
Esos individuos son los que deben recibir todo el estímulo posible para amar a Cristo, aprovechando Su Divina Misericordia en la Confesión y reconociendo su presencia real en las Santísima Eucaristía. Mediante homilías admonitorias, se formará en nosotros la decisión de ser Santos. Entonces El Espíritu Santo hace crecer esa débil intención en una resolución firme.
En la VVeD, Dios proporciona los medios más seguros y directos para el crecimiento en la oración y la resolución de no pecar. Transforma pecadores en Santos y es el camino más seguro. Simplemente es esto:” Jesús”. Es vivir el “Nosotros” tantas veces mencionados en los mensajes de la VVeD. Ser Jesús significa que en todas partes en todo momento pensemos, hablemos y actuemos como Jesús lo haría, con cada persona que veamos y que tratemos a cada persona como si fuera Cristo mismo. Este es el secreto del camino rápido hacia la virtud y la Unión con Dios, esta es la base para examinar nuestra conciencia, para comprender la necesidad del Santo sacramento de la Confesión, y la razón de nuestro arrepentimiento y la decisión de no pecar más. Ser cristiano significa llegar a ser otro Cristo en la tierra. Este es el lema que debe ser escrito en todo corazón verdaderamente cristiano. Los Santos transmitieron esta enseñanza a sus congregaciones: Santa Clara de Asís, San Ignacio de Loyola, etc. En algún punto de la historia esta básica enseñanza espiritual dada a las órdenes religiosas se dejó de comunicar al católico raso sentado en el banco de la iglesia. Solo los que se podían permitir retiros o tener un director espiritual se enteraban de esto.
Hacer todo en y con Cristo, en todo momento y en todo lugar, se ha vuelto un concepto extraño. El” Nosotros” en los mensajes de la Verdadera Vida en Dios, Jesús está simplemente recordándonos y devolviéndonos lo que hemos perdido de vista, pero que siempre ha existido dentro de la Iglesia: “Nosotros, nos”. Jesús utiliza esta frase “Nosotros, nos” especialmente durante los primeros años, para hacernos recordar Su Presencia con nosotros, en todo momento. Desde que nos despertamos hasta que nos dormimos por la noche, tenemos que invitar a Jesús a estar con nosotros, para que tanto Él como nosotros realicemos juntos cada acción del día, es decir, invitándolo conscientemente al iniciar la acción.
Al final del día cuando examinamos nuestra conciencia podemos hacerlo con dos sencillas preguntas: “¿Dónde no dejé que Jesús fuera Jesús, para todos los que encontré hoy?” y “¿Cuándo no dejé que Jesús actuará en mí?”.
Así desarrollaremos el hábito de ser conscientes del pecado en todo momento, arrepentirnos y tratar sinceramente de mantener nuestra resolución de no pecar al día siguiente, y pedir la ayuda de Jesús para no pecar. Y Él nos ayudará.
Sor Anne Woods nos advierte que a lo largo de las etapas que llevan a la divinización, Satanás permanece activo. Poniendo el acento en nuestros pecados habituales, nos tienta para desesperarnos y rendirnos. Cuando intentamos evitar el pecado. Llena nuestra mente de imágenes para hacernos desear el pecado más aún. Cuando lo rechazamos y oramos, agita a otros para que se burlen de nosotros y de nuestras costumbres religiosas, para que nos rindamos. Cuando seguimos perseverando, cambia de táctica. Satanás trata de usar el bien que hacemos para despertar pensamientos de orgullo en nosotros. Entonces nos tienta hacer muchas más cosas “buenas”, como trabajos o ayunos, para que no podamos dar abasto, y eventualmente renunciamos a todo, por ser demasiado difícil para nosotros. Cuando esto le falla, usa a otras personas para tentarnos o causa trastornos, atacando a nuestra familia o a los apoyos que tenemos. Cuando todas estas ocasiones simplemente nos hacen adherirnos más firmemente a la voluntad de Dios, Satanás pierde la batalla. Pero nunca se rinde.
Únicamente cuando somos conducidos a la Cámara Nupcial y estamos totalmente abandonados a la Divina Voluntad, Satanás no puede hacer nada. Esto se debe a cuando el alma está divinizada, Satanás no puede entrar debido a la presencia de Dios en el alma. Satanás solo puede operar y tentar en el área de la mente y los sentidos. El alma en profunda Unión con Dios se ha desprendido de todo, lo que había en la mente y en los sentidos, y Satanás no tiene nada de qué agarrarse para embaucar a la persona.
El libro del Apocalipsis habla de Jesús reinando durante 1000 años. Mil años es un término y número rabínico, utilizado solo en relación con la Eternidad de la Divina Naturaleza. Este reinado, profetizado por 1000 años, simplemente significa que Jesús reinará en la tierra con Su Divinidad (es decir, en nosotros) . Por eso, en el mismo texto se añade que Satanás será encadenado y expulsado durante 1000 años (capítulo 20). Mientras Jesús reina en un alma, Satanás no puede entrar y, si lo intenta, es expulsado.
Jesús revela, en el mensaje del 19 de diciembre de 1990 de la VVeD:
“….. Os infundiré un espíritu de Comprensión y de Misericordia para daros a entender qué significa el “temor de Dios”; sí, amadísimos, y una vez que lo hagáis, os daré la Sabiduría para que sea vuestra Compañera de viaje y vuestra guía para conduciros hacia la santidad que paralizará a Satanás durante mil años, impidiéndole interponerse entre nosotros, y entre vosotros y Mi Amor”.
Para finalizar, escuchamos a Nuestra Madre en el mensaje del 3 de noviembre de 1990. Dios es un Padre muy tierno
(Mensaje de Nuestra Santa Madre.)
La paz esté con vosotros, hijitos. Como una madre que alimenta y consuela a sus hijitos, así estoy Yo también alimentando vuestras almas, dándoos la Palabra de Dios. Como una madre que consuela a sus pequeños en tiempos de aflicción, así Me inclino Yo también hacia vosotros para consolaros. Estoy cuidando vuestra alma con Mis oraciones. El Señor no es lento en cumplir sus promesas, sino que espera pacientemente a que cada uno tenga la gracia de ver la Luz, y se convierta.
Los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra prometidos están muy cerca de vosotros ahora. Mientras tanto, mientras esperáis, os suplico que santifiquéis vuestras vidas y viváis santamente. ¡Quiero ver en vosotros, queridos hijos, una auténtica conversión! Quienquiera que haya escapado a los vicios del mundo, pero después se deja llevar por principios que no vienen de la Sabiduría sino de la Locura, está seguro de caer.
Dios es Amor. Es compasivo y lento a la ira. Dios es un Padre muy Tierno. Examinad vuestra alma de vez en cuando para saber si estáis o no en Su Luz.
Sed como un jardín para el Señor, donde Él pueda disfrutar de Su descanso en vosotros, donde Él pueda deleitar Su Alma con sus deliciosos perfumes y donde pueda descansar Su Cabeza en la verde hierba. Permitidme transformar vuestro corazón en un hermoso jardín para el Señor, para que cuando el Rey de reyes venga a visitaros, no aparte Sus Ojos de vosotros, sino que os ofrezca convertiros en víctimas de Su Alma, en cautivos de Su Corazón.
Por lo tanto, no perdáis tiempo, porque Sus Ojos vigilan cada uno de vuestros pasos. El Príncipe de la Paz os exhorta a orar por la paz y Yo, la Reina de la Paz, os suplico que oréis por la paz. Satanás está ahora como un toro furioso, y Mi Corazón se pone enfermo ante lo que veo venir, aunque por Su Misericordia, el Padre no Me lo ha mostrado todo.
Yo recorro la tierra entera buscando almas generosas, pero no encuentro la suficiente generosidad para ofrecérsela a Jesús y aplacar la Justicia del Padre. Aún deben hacerse enormes reparaciones. Jesús necesita almas generosas que estén dispuestas a expiar por otras. Por eso estoy llorando. Mis Ojos se deshacen en lágrimas de Sangre ante esas terribles escenas que veo venir.
Si os digo todo esto hoy, no es para impresionaros o asustaros, sino para pediros que oréis por la Paz. Dios es quien Me envía, para Su Propio designio de amor, alrededor del mundo y a cada casa, para reuniros uno por uno y convertiros antes de Su Día. Amadísimos hijos, no vengáis a estas reuniones a buscar señales únicamente. Si Yo vengo desde el Cielo hasta vuestra puerta, es para traeros la Paz del Señor y Mi Paz. Permitidme, por tanto, transformar vuestros corazones en hermosos jardines para el Santísimo, a fin de que Él pueda encontrar en lo más hondo de vosotros un espíritu de santidad, amor, paz, pureza, obediencia, humildad y fidelidad. Entonces vuestro Rey utilizará todas esas virtudes para combatir los poderes del mal.
Levantaos de vuestro sueño, hijos Míos, y cambiad vuestros corazones. Estoy contenta de ver a tantos de vosotros ayunar a pan y agua, y hoy pido a esas almas generosas que añadan algo más a sus días de ayuno. Os pido que os arrepintáis y os confeséis. Queridos hijos, cuidad vuestros labios para no juzgaros unos a otros. No permitáis que vuestros labios, con todo vuestro ayuno, sean la causa de vuestra condenación. Amaos los unos a los otros. Vivid Nuestros Mensajes.
Vuestro Rey os envía Su Paz. Yo seguiré recorriendo el mundo para llevar al Señor a los que están muy lejos de Él. Necesito vuestras generosas oraciones, hijos Míos.
Os bendigo a todos. Bendigo a vuestras familias, a vuestros amigos e incluso a aquellos que pesan mucho en vuestros corazones. Sí, todos son hijos de Dios.
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Bibliografía citada:
Apocalipsis 20, 2-6
San Juan en 16, 8 – 9.
Anne Woods INVITACIÓN A SER UNO CON CRISTO
La Verdadera Vida en Dios, Mensajes 3 de noviembre de 1990; 19 de diciembre de 1990; 15 de septiembre de 1991
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