<Ofrecida por el P. Enrique Bikkesbakker** en el marco del 32 retiro de la VVD en Argentina. Ver aquí>
La revelación judeo-cristiana se funda sobre dos universos.
El primero es la Tradición, que contiene los mitos, la historia, los preceptos, los ritos, las costumbres, el mundo conceptual y simbólico. Todos estos elementos son una construcción que organiza los principios éticos sobre los que se establecen las relaciones con Dios, con los hombres, con la naturaleza y consigo mismo. Es la Instrucción, que comúnmente se denomina Ley (Torá).
Mi padre espiritual, el P. Jacques prefería llamarla “Instrucción”, porque el significado de esta palabra es: “construcción interior”. Este universo, palabra que significa “vuelto hacia el Uno”, es un lugar conocido, abierto a todo aquel que desee interiorizarse.
Pero también existe en nuestra revelación un meta-lugar que va más allá de todo lugar conocido, donde las palabras, los conceptos, los ritos y los preceptos tienden a silenciarse para ser habitados por lo inefable, lo indescriptible, lo infinito. Es – como lo denomina Javier Melloni – un no-lugar.
Ambos universos conducen a un peregrinaje que es un éxodo. Lo indica claramente el salmo: Tu Palabra lámpara a mis pies, luz en mi sendero. Sal 119 105
El primer peregrinaje es un cambio de costumbres: pasamos de una vida cotidiana donde Dios es innecesario, ausente o inexistente, a la vivencia interior y exterior de la presencia de Dios. En el segundo universo vamos sumergiéndonos lentamente, con la ayuda de los ritos, la plegaria personal y la audición de los escritos sagrados, a una presencia, a un sendero místico, que para nosotros los cristianos es el Reino de los Cielos.
Cuando hablamos de Reino de los Cielos pensamos en un lugar, sin embargo, el término griego (Vasilía zu Zeú) indica una Energía increada que manifiesta la Realeza de Dios. Es la presencia de Dios reinando en nosotros, reinado que permanece en nuestro interior: El Reino de los Cielos está dentro de vosotros (Lc 17, 21); que está destinado a reinar en este mundo, por eso rezamos en el Padre Nuestro: Venga tu Reino (Mt 6, 10) y que, finalmente, se manifiesta en toda su plenitud en los Cielos. Es un no-lugar y un no-tiempo, ya que experimentamos el Reino en un instante fuera del tiempo y del espacio. Es la experiencia mística.
El peligro y la fuente de muchos de los conflictos interreligiosos es tomar el primer universo, que es la Tradición y las costumbres de cada religión o confesión como un fin y no como un medio, olvidando el no-lugar que nosotros llamamos el Reino de los Cielos, y que otras religiones lo denominan con otro nombre.
Es en ese éxodo común hacia el no-lugar espiritual, interior, metafísico, donde se pueden realizar encuentros más fecundos, verdaderos y estables.
El nacimiento de nuestra revelación judeo-cristiana comienza con el éxodo de un hombre. Dios le dice a Abraham: Vete hacia ti, fuera de tu tierra, de tu lugar de nacimiento, de la casa de tu padre, hacia la Tierra que Yo te haré ver. Gn 12, 1
Continúa con un segundo éxodo, esta vez de un Pueblo Elegido: El Señor dice:
El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí y he visto cómo son oprimidos por los egipcios. Ahora ve, yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas”. Ex 3, 9-10
El tercer éxodo se realiza con la Encarnación de Jesús, que es el éxodo del Hijo de Dios para convivir con el hombre, y se cumple para todas las generaciones con el éxodo del Espíritu Santo, que permanecerá junto a nosotros para recordarnos y enseñarnos la Palabra de Dios y su presencia.
No es casual que tanto Jesús como Juan Bautista comiencen su vida pública con la propuesta de un nuevo éxodo: convertíos, arrepentíos, haced penitencia, que en griego es una sola palabra: metanoia: cambio de espíritu.
En esta 11ª Peregrinación Ecuménica fuimos invitados a un doble encuentro: el encuentro con la espiritualidad del pueblo ruso y el encuentro interreligioso, muy rico en la diversidad de confesiones que estuvieron presentes.
Para estar realmente presentes ante tanta diversidad tuvimos que hacer un éxodo de nuestras costumbres religiosas. Fuimos convocados a una peregrinación en común donde la diversidad de nuestros distintos hábitos religiosos fueron compartidos por todos hasta el punto de haber participado de una única “Ekklesia” (convocatoria), durante el término de una semana.
Ya en sus palabras de apertura Vassula nos expresó claramente el sentido de este encuentro:
El diálogo interreligioso ha sido siempre una fuente valiosa en sí, porque reúne a personas de credos diferentes, mentalidades y tradiciones diferentes, nacionalidades diferentes, para descubrir, al estar juntos, elementos que pueden acercarnos espiritualmente y sobre los cuales podemos construir un diálogo común.
Y este diálogo de una semana, compartido por todos, se fue transformando en un nuevo génesis de la “Ekklesia” deseada por el Señor. Fue con esa intención que Vassula, unos minutos después, habló de la finalidad de esta convocatoria:
Aunque aquí seamos pocos en número, cuando volvamos a casa debemos actuar como la levadura y difundir la paz alrededor del mundo donde haya caos, el amor donde haya odio, la unidad donde haya división, y así estaremos reflejando la Imagen de Dios.
¿Qué es la “Imagen de Dios”? Para entender bien su significado necesitamos volver al origen de nuestra creación. Dios dice: Haremos un humano a nuestra imagen para nuestra semejanza. Gn 1, 26
Así como Dios es una única naturaleza divina en tres Personas, la humanidad es una única naturaleza humana en una multiplicidad de personas.
En el relato de la creación Adán no es solamente un nombre individualizado, sino que en él es creada toda la humanidad. “Adam” en hebreo significa: “el humano”.
Fuimos creados como una unidad pero a partir del pecado esta humanidad caída se fue diversificando (diábolos= división) en tribus, lenguas, razas, pueblos y naciones. Por eso en el Libro del Apocalípsis, el Apóstol Juan recibe la visión del final de los tiempos donde Dios vuelve a re-unir a toda la humanidad. Dice el apóstol san Juan:
Después de esto, yo veo y he aquí: una muchedumbre numerosa,
que nadie puede enumerar,
de toda nación, tribu, pueblo, lengua ,
de pie frente al Trono y frente al Cordero,
vestidos con vestiduras blancas y palmas en sus manos.
Claman con gran voz y dicen:
¡La salvación es de nuestro Dios
que está sentado en el Trono y del Cordero! Ap 7 9-10
También, en cada uno de nosotros, la imagen de Dios es la persona espiritual única, que permanece escondida detrás del ego y de nuestros múltiples yoes de los que Vassula va a hablar en su segunda alocución.
Nuestro destino es ser uno junto con nuestros hermanos y únicos frente a Dios. Ser uno en la unidad de la Naturaleza humana y cada uno en la diversidad; esa es la imagen de Dios orientándose hacia la semejanza, que es la dirección y el sentido de nuestra vida.
Es la sinfonía de nuestro destino donde cada uno está llamado a ejecutar su propio instrumento, su propio canto.
Según estas palabras iniciales de Vassula, este encuentro va a fructificar si aceptamos ser enviados al mundo para sembrar la Imagen de Dios, donde por ahora permanece y sigue creciendo – mediante la siembra de la bestia política y de la bestia ideológica – la imagen del Dragón, la gran Serpiente antigua, el Maligno (Ap 13, 1-18).
¿Y qué siembran la política, la economía y la ideología en el mundo? Siembran la multiplicación de lugares, actos y entretenimientos donde Dios no es necesario, haciendo fructificar el ateísmo y el antiteísmo.
En las palabras finales de los tres evangelios sinópticos el Señor indica a los apóstoles y discípulos un último acto: el envío.
El P. Jacques, decía que la originalidad del cristianismo es el envío; somos enviados a una nueva evangelización.
Textos evangélicos
Entonces, les abre la inteligencia para conocer las Escrituras.
Les dice: “Así está escrito: Que el Mesías padeciera
y se levantara de entre los muertos al tercer día,
y se proclamara en su Nombre la conversión,
para el perdón de los pecados,
a todas las Naciones, comenzando por Jerusalén.
Vosotros sois testigos de esto.
He aquí: Yo envío sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Lc 24 45-50
Más tarde, Se hace ver por los Once mientras estaban a la mesa.
Les reprocha su falta de fe y su dureza de corazón:
no tuvieron fe en los que Lo habían visto resucitado.
Les dice: “Id por todo el mundo.
Proclamad la Buena Nueva a toda la creación. Mc 16, 14-15
Los once discípulos se van a Galilea,
al monte que Jesús les había ordenado.
Al verlo, se prosternan. Mas algunos dudan.
Jesús Se acerca y les habla, diciendo:
“Toda autoridad me ha sido dada
en los Cielos y sobre la tierra.
Por eso, id y haced discípulas a las Naciones,
bautizadlas en el Nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Mt 28, 16-19
¿Y cuál es ese Monte donde Jesús reúne a sus discípulos? Es el mismo monte en Galilea donde nos dio a todos los cristianos su enseñanza de vida: El Sermón de la montaña.
El Sermón de la Montaña, que comienza con las Bienaventuranzas, es el programa de vida para nosotros los cristianos, tanto de nuestra vida exterior: social, política, ideológica y comunitaria, como también de nuestra vida interior espiritual y mística.
Dice Raymon Panikkar, teólogo Católico Romano, profundo estudioso de las religiones orientales y trabajador fecundo del diálogo interreligioso:
Tras seis milenios de historia humana, creo que se puede llegar a la conclusión de que el sistema político más eficaz y realista (la Realpolitik) es precisamente el Evangelio….Ahora bien, este estilo de vida y, por tanto, de vida política, que podría resumirse en el «Sermón de la Montaña», está prácticamente por estrenar en la vida pública.
Vassula, finalizando sus palabras de bienvenida, propuso a todos los presentes el siguiente pedido al Señor:
Así que pidamos a Dios que cree en nosotros un corazón limpio (Mt 5, 8) para obtener la Sabiduría que viene de Él, a fin de que nos conduzca a Su Luz y a la santidad para ser dignos a Sus Ojos (Sal 36,9). Dios nos está pidiendo que nos hagamos reparadores de brechas y pacificadores (Mt 5,9), sembrando semillas que darán frutos de santidad. ¡Debemos ser como una ciudad construida sobre una colina que no puede ser ocultada! (Mt 5, 14) Sólo podemos ser así si nos hacemos semejantes a un olivo que crece en la Casa de Dios (Sal 52, 10 ), y ponemos nuestra confianza en el amor de Dios.
En estas palabras Vassula está remitiéndonos al Sermón de la Montaña, y de manera más fuerte, a las bienaventuranzas (6ª y 7ª) :
Bienaventurados los puros de corazón.
Sí, ellos verán a Dios. Mt 5, 8
Bienaventurados los pacificadores,
Sí, ellos serán llamados hijos de Dios. Mt 5, 9
Vosotros sois la luz del mundo:
una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar. (Mt 5, 14)
En la tercera charla, vuelven a surgir reminiscencias de este programa de vida que el Señor nos dejó y que muy pocos cristianos tienen en cuenta. Dice Vassula:
En nuestra pobreza de espíritu (Mt 5, 3), daremos a Dios la posibilidad de invadirnos de Su Luz, iluminándonos con la Sabiduría; en medio de nuestra miseria e incapacidad, Dios nos dará nobleza de espíritu necesaria para llevar a cabo Su Palabra sin miedo.
Por lo tanto, huyamos de la complacencia y la comodidad que el mundo nos ofrece, rasguemos esa crisálida segura que hemos tejido a nuestro alrededor, rompamos nuestros grilletes y seamos libres para ganar lo que los profetas de antaño recibieron; y nuestra alma se convertirá en una fuente de lágrimas (Mt 5, 5) de arrepentimiento, cuando nos demos cuenta de Quién era Aquél que estaba a la puerta de nuestro corazón, llamando durante todos estos años. (Ap 3, 20)
Se nos hacen presentes dos bienaventuranzas más:
Bienaventurados los pobres (de) (por el) (en el) espíritu.
Sí, de ellos es el Reino de los Cielos. Mt 5, 3
Bienaventurados los que lloran.
Sí, ellos serán consolados. Mt 5, 5
En su segunda prédica Vassula indicó fuertemente el sentido interior y personal de este encuentro:
La Llamada de Dios es una llamada urgente, convocándonos a todos a volverle a descubrir; nos está llamando a redescubrirle, muriendo a nuestro propio yo, a nuestro ego, y no a través de reformas administrativas, ¡no! Tenemos que dejar a Dios que Se revele en nuestros corazones de manera íntima…
Según sus palabras, esta convocatoria necesitaba ser un éxodo radical, un vaciamiento de nuestro mundo para permitir que el Señor se revele, no en nuestra mente o en nuestras costumbres sino en la intimidad de nuestro corazón. Son palabras muy fuertes que inmediatamente reiterará aun con mayor intensidad; podríamos decir que es casi una interpelación:
Dios nos pedirá que muramos a nuestro ego de una vez por todas, a nuestro orgullo y nuestros prejuicios. Nos pedirá amor sacrificial (Ágape) y que convirtamos nuestras vidas en una oración incesante. Pero, sobre todo, nos pedirá que vivamos los dos más grandes Mandamientos de la Ley: ‘Amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, y amar al prójimo como a nosotros mismos’.
¿Por qué Vassula habla de redescubrir a Dios? Seguramente porque no lo conocemos lo suficiente. Sabemos de Dios sin conocer a Dios. Y si no lo conocemos ¿cómo podremos amarlo con todo nuestro ser, como lo indica el mandamiento que Vasulla nos recuerda?
Si contemplamos el mundo hoy, la mayoría de los seres humanos hemos invertido este mandamiento. Primero está el amor absoluto hacia sí mismo, luego viene el amor interesado hacia el prójimo, y finalmente, la construcción personal de un Dios innecesario la mayoría de las veces, distante, que nos puede ser útil en algún momento límite; o simplemente la negación de su existencia.
¿A qué se debe esta discapacidad humana de amar con todas nuestras posibilidades? Seguramente hay varias respuestas pero lo primero que me vino a la mente fue la palabra de Dios: ¿Adán, dónde estás? (Gn 3,9) La primera palabra de Dios luego de la desobediencia.
Esta pregunta divina que comienza en Adán y continúa dirigida de generación en generación a cada uno de nosotros, nos conduce a un lugar: ¿En qué lugar estoy en mi relación con Dios, con el prójimo y conmigo mismo? Y ese lugar en el que estamos es nuestro punto de referencia, el origen desde donde construimos nuestra realidad y nuestras relaciones.
Y si permanecemos en el lugar de la utilidad, entonces buscaremos obtener, apropiarnos de lo que queremos. De esta manera podremos obtener muchas cosas de acuerdo a nuestros esfuerzos, pero jamás podremos recibir el Amor de Dios. Y esto incluye la vida espiritual: podremos cultivar cantidad de virtudes, realizar actos sobrenaturales – como lo indica Pablo a los Corintios – pero permaneceremos siendo discapacitados del Amor divino.
El camino iniciático para recibir el Amor de Dios no es obtener sino darle lugar. Los místicos lo denominan silenciamiento. Y ese silencio interior es acallar tanto los ruidos internos como los externos de nuestros deseos, cuya satisfacción ocupa la mayor parte de nuestra vida.
Dar lugar es hacernos tierra fértil que puede ser sembrada por otras semillas que las nuestras. Permanecer en un cierto vacío justamente para dar la oportunidad de que ese vacío sea colmado por Dios y por los otros; en ese orden.
Y ese silenciamiento es el despojamiento que Vassula llama el Amor Sacrificial, es el nuevo mandamiento que Jesús inaugura con sus discípulos y que nos pide a cada uno que desee ser su discípulo. Es la cima del Ágape de Dios: Un mandamiento nuevo os doy: Amaos unos a otros. Como Yo os amo, amaos también vosotros unos a otros. Jn 13 34
¿Cómo nos amó Jesús? Dando su vida por nosotros. Y si ese espacio vaciado permanece sin ser colmado por la avidez de nuestros deseos y la pulsión de apropiación, el amor de Dios viene a ocupar su legítimo lugar, entonces comienza a despertarse en nosotros el amor al prójimo, porque en el amor de Dios está el amor al prójimo.
Entonces, si establecemos un diálogo con nuestro prójimo donde ambos damos lugar, se abre la posibilidad de una mutua fecundación. Las diferencias se hacen oportunidades de enriquecimiento y el protagonismo es abandonado por la oportunidad de ser testigos de la vida de Dios y de los otros, construyendo nuevas historias que merecen ser contadas, como las historias que nos cuenta el Evangelio.
Nuestro Señor JesuCristo se hizo hombre, entró en la historia y nos dejó su Palabra. A partir de esto, su Palabra desciende nuevamente y hasta el fin de los tiempos a la historia personal de cada uno de nosotros y de cada comunidad que quiera manifestar al mundo su Nombre. El Señor dice:
El que Me ama guardará mi palabra,
y mi Padre lo amará y vendremos a él
y moraremos en él.
El que no Me ama no guarda mis palabras. Jn 14 23
La palabra de Dios anuncia su pensamiento, su sentimiento y la intención dirigida hacia cada uno de nosotros. En la Palabra de Dios oída, contemplada, está su voz y su aliento, vemos su presencia con nuestros oídos, en el Espíritu Santo. Es un recorrido amoroso incondicional que comienza con su Palabra y se realiza en una convivencia.
Pero su palabra no irrumpe intempestivamente en nuestra existencia, no nos invade, aunque sea lo mejor que nos pueda pasar.
Su Palabra nos solicita humildemente un gesto inicial, un acto voluntario de nuestra parte, un acto carente de garantías y condicionamientos que tiene como punto de partida darle lugar. Y ese lugar ofrecido es el silencio, que como una copa vacía, tiene la capacidad de guardar.
El Amor profundo, desinteresado y estable de Dios no nos pide un determinado sentimiento sino que se inicia con una ofrenda. Y esa ofrenda es nuestra hospitalidad silenciosa, ignorante al comienzo de las consecuencias que su Presencia pueda tener en nuestra vida. Nuestros pensamientos y elucubraciones son los ruidos interiores que expulsan la simplicidad insondable del alojamiento de su Palabra en nuestro corazón. Su Palabra busca una relación íntima, muy poco y cada vez menos conocida por nosotros, que buscamos defendernos cambiando la intimidad por el concepto, por el ritualismo automático, por el cumplimiento de costumbres que van apagando el fuego de su estar íntimamente en nosotros.
Y es muy interesante contemplar que tanto el Padre como el Hijo no nos exigen que los amemos como reciprocidad de su ofrenda; simplemente nos piden humildemente que les ofrezcamos un lugar interior donde guardar su Palabra, pero que debe realizarse sin condiciones.
Es la primera ofrenda verdadera de nuestra parte. Porque la entrega condicionada no es una ofrenda, es un comercio.
El Señor nos pide simplemente una porción de tierra fértil, desalojada de todo pedregullo, de toda espina, es decir, pequeños momentos de silencio atento y hospitalario, para dejarnos sembrar mansamente, liberados de todo temor ignorante y expulsivo.
Si no interferimos, esa siembra se hace fruto y entonces, sale a la luz el amor de Dios en nuestros actos. Nacemos a una nueva vida habiendo perdido, muchas veces con dolor, nuestra vieja manera de vivir. Por eso el Señor nos dice: Sí, el que quiere salvar su vida la perderá; el que pierde su vida a causa de Mí la encontrará.
La Palabra de Dios es fecunda porque nos transmite una nueva manera de vivir en la comunión íntima de las Tres Personas divinas. Y esa palabra nos transmite sin juicio, sin condena, la Verdad de nuestro estado interior: Si alguien oye mis palabras y no las guarda, Yo no lo juzgo. No, no vengo a juzgar al mundo sino a salvar al mundo. El que Me rechaza y no recibe mis palabras, tiene su juez: La palabra que dije, ella lo juzgará el Último Día (Jn 12, 47-48).
Por eso el Señor no nos pide la culpa sino el arrepentimiento del que nos habla Vassula, el reconocimiento profundo de nuestra desnudez sin el ropaje exterior de nuestras excusas. Y esa desnudez abriga la convivencia con Dios, que nos inunda con su mansa y luminosa consolación.
Entonces, la Palabra de Dios tiene la oportunidad de un diálogo con nosotros, que en comunión con nuestros actos se hace una historia única e irrepetible que ofrece el testimonio de la presencia tangible de Dios en nuestra vida humana. Una historia que permanezca inscripta en el Árbol de la Vida. Ésta es la verdadera evangelización.
Termino con las palabras finales de Vassula:
Terminaré dándoos un pequeño ejemplo de un árbol. Todas las ramas de un árbol son santas si la raíz es santa. Sin duda algunas de las ramas han sido cortadas, y, como brotes de olivo salvaje, han sido injertadas entre el resto para compartir con ellas la rica savia proporcionada por el mismo olivo; pero, aun así, aunque pienses que eres superior a las demás ramas, recuerda que tú no sostienes la raíz; es la raíz la que te sostiene a ti. Y la raíz es Dios.
- *Las tres charlas de Vassula Ryddén están en este enlace http://www.tlig.net/russia/talks.html
- **Presbítero Rector Parroquia Ortodoxa San Martín de Tours. Iglesia Ortodoxa de Argentina. http://www.iglesiaortodoxadear.org.ar